Postludio

Postludio 

Los demonios llenaran la tierra, el corazón del hombre corromperán y harán suya su voluntad, de ella como herramienta abusaran y la ruina nos brindaran. 

El primer indicio del mal en este mundo se dio muy lejos en el norte polar, un desierto blanco donde bestias y personas estaban obligadas a luchar entre sí por su supervivencia. Allí los humanos tuvieron que crecer en ferocidad y agresividad con tal de hacerle frente al peligro que amenazaba sus vidas a cada día, la vida misma era una carrera de supervivencia a pasos de gigantes, si los animales no te querían devorar, las bestias territoriales lo harían, las espinas venenosas del suelo harían el trabajo por ellos, o incluso el mal que se oculta en el agua estancada podía atacarte. No había hogar donde te puedas esconder del mal, y mucho menos de el escapar, obligados moverse estacionariamente ellos nunca conocieron la satisfacción de la prosperidad en comunidad. Conforme el tiempo pasaba, y la agresión aumentaba, los hombres y mujeres del norte no se distinguían de entre las bestias de la zona, territoriales incluso entre sí, aprendieron a vivir en familias y clanes, a partir de donde la rivalidad se hizo más intensa, dando inicio a interminables guerras, algunas impulsadas por codicia, otras por orgullo. La situación para los pequeños clanes se veía cada vez más desesperante, si se quedaban se enfrentaban a la extinción de sus casas, si se iban padecerían los peligros de un viaje de rumbo incierto. Impulsados por el miedo a morir de hambre, más que por el miedo de morir por la lanza, los desdichados clanes del Este establecieron una alianza entre ellos y hacia el Oeste marcharon, en la época más fría y cruda se marcharon, el invierno represento desde siempre la peor de las estaciones, pero este invierno en particular era incluso peor. Luego de padecer consecutivas derrotas en verano, los pastizales y tierras de cultivos se les fueron arrebatados a los pequeños clanes, y hoy sufren la consecuencia de perder su ganado y sus cosechas, hoy muchos mueren durante la marcha, no por cansancio o debilidad, mueren porque sus estómagos ya terminaron de digerirse a ellos mismos en un desesperado intento de comer algo, se comieron a sí mismos. La caravana contaba con múltiples carros de madera cubierta de pieles de animales, tiradas tanto por humanos como por bestias. En su interior guardaban tiendas de noche livianas, ropaje y la poca comida que les quedaba, en medio de la carga se encontraban los niños y ancianos, a aquellos que no podían valerse por sí mismos en las ásperas condiciones del exterior. Hacia los costados de los carruajes eran custodiados por decenas de hombres y mujeres de paso cansado, entre ellos se encontraban los cabecillas familiares, chamanes y brujos. Caminaban todos juntos en la mortífera marcha hacia el Oeste en busca de mejores tiempos, con la esperanza en sus corazones se mantenían de pie, y con el dulce futuro de una vida sin penurias plantado en sus ojos, avanzaban. 

A medida que las semanas pasaban el invierno amainaba, la gente del Este vestida enteramente en pieles y cueros, comenzaba en sentir los tibios vientos de una primavera lejana. Reducidos casi a la mitad en numero la caravana mantenía su marcha sol tras sol. Hasta que un inesperado día alcanzaron el margen de la tierra. 

Una pequeña playa entre acantilados les deparaba en el final del planeta. De ella hicieron su nuevo refugio, los carros se desarmaron y las tiendas armaron, así se asentaron por primera vez en mucho tiempo los dolidos clanes menores, en aquel rincón olvidado del mundo reposaron primavera, verano y otoño. Estación tras estación cazaron y recolectaron almacenando suficiente comida como para sobrevivir dos inviernos sin problemas, asustados de que alguna otra calumnia o maldición caiga sobre ellos, almacenaron. 

Mas que maldición, ellos atestiguaron un milagro. El mar se alzó y el agua se endureció, lo que una vez fue terreno infranqueable hoy se alzaba como un nuevo camino ante ellos. 

- ¡Debemos aprovechar esta oportunidad!, los dioses nos han favorecido no tenemos que desperdiciar su gracia-. El grupo de chamanes se había puesto de acuerdo y a los jefes de familia habían confrontado. 

-Es una locura, es agua como pasaremos por ella sin ahogarnos-. 

-Locura es quedarse a sufrir en estas tierras, ¿cuánto tiempo creen que nos queda antes de que los demás clanes descubran donde estamos?, ¿y cuándo sepan que encontramos nuevas tierras fértiles para que ellos nos saqueen? 

-Por primera vez tenemos las manos llenas de comida, este lugar es el nuevo nacer de nuestra gente. ¿Quieren que marchemos nuevamente a lo desconocido, a afrontar mil peligros y de este lugar nos olvidemos? 

-Cazaron todo lo que pudieron, recolectaron todo lo que quisieron, ¿ y si la próxima temporada ya no hay más animales que cazar? 

-Son libres de ir, este asunto lo seguiremos discutiendo en privado, su labor ya está hecha y la palabra de los dioses comunicaron, nosotros escuchamos y luego hablamos. 

Ardua fue la discusión entre ellos, y aunque obsesionados las brujas y chamanes soltaron el tema por respeto a sus señores. En ellos confiaban, la decisión correcta tomarían, sea cual sea. A la noche siguiente mientras las estrellas por el cielo nadaban, los demás aldeanos las admiraban con melancólicas sonrisas, como quienes miran por última vez a un ser amado que ha de partir no por obligación sino por placer. 

La caravana una vez más se rearmo, y en la noche eterna marcharon, las horas pasaban y la luna nunca bajaba, altiva y terca, de los humanos cuidaba alumbrando su senda entre la escarcha. Las horas pasaban y la luna no bajaba. Por sobre los campos de infinito hielo ellos marcharon por semanas y semanas bajo el oscuro manto de la noche, guiados por las estrellas a toda hora hasta el fin caminaron. 

Nadie recuerda cuanto tiempo les llevo alcanzar el margen contrario del mar congelado, pero eso ya no importaba, a la tierra nuevamente habían llegado, coronada por monstruosos pinos y verdes suelos. Los dioses no habían abandonado a los hombres del Este, hasta las tierras de en sueño los habían llevado y de ellas hicieron su regalo. Una vez más la cansada caravana se desmantelo y asentó, sin embargo, fueron menos los que llegaron que los que habían partido al comienzo, en sus corazones sentían sólo regocijo, una nueva vida ante ellos se plantaba. Libres al fin de las feroces fauces del Este, de la interminable guerra, y de sus jaulas. Mujeres y hombres hoy soñaban, libres y felices el futuro imaginaban. Libres de a esta nueva tierra saquear, a sus animales cazar, y sus aves en ornamentos convertir, ellos imaginaban el nuevo y próspero futuro en aquella tierra fértil, pasiva e indefensa, virgen. Todo servido para que ellos tomen sin pedir permiso a nadie, solo les quedaba ser agradecidos a sus dioses. 

Y así los demonios del Este llegaron. En sangre bañarían la tierra y en cuanto salga el sol, todo habría acabado.

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