Sueños sin luz.
Bienvenido
a pensar, a escuchar sin hablar. Rincón con valor de autoayuda, por
breves momentos sentémonos quietos y dejemos volar nuestros pensamientos
en lujosa imaginación y dudosa personificación.
¿y si en Argentina hubiera habido una nación feudal libre e independiente del mismo calibre que el Japón feudal de su época?
Los hechos y escenarios narrados hoy existen solo en la imaginación del autor.
Sueños sin luz
En la víspera de la batalla el viento paseaba frio, como un roce de otro plano espectral,
en silencio paseaba y a los corazones tocaba. Ningún alma en paz hoy
reposaba, los animales de granja se percataban, los corceles de guerra
se inquietaban, en la víspera de la batalla se encontraban, y lo sabían,
sentían muy en el fondo lo que se avecinaba.
En su dormitorio meditaba lord Kota,
señor feudal de las tierras del sur, cullo castillo estuvo alguna vez
ubicado no muy lejos del gran glaciar hoy conocido como Perito Moreno,
pero en su tiempo llamado Dai hyoga. De semblante serio, pero a la vez relajado, lord Kota era bien estimado por sus súbditos, aunque en ocasiones demostraba ser iracundo he irrazonable, también llegaban momentos donde brillaba su pasión y misericordia, y por
sobre todas las hojas del palacio brillaba, de un tenue tono dorado a
ellas bañaba. De estatura media su cuerpo, pero ya viejo, robusto y
cansado, entre su piel corren ríos de cicatrices, corren con historias
de honor y traición. De tes morena debido a que comparte lazos de sangre
no solo con los antiguos reyes de la región, sino que también, con los
pueblos originarios más antiguos del sur. Era un mestizo de las líneas
de sangre más puras y antiguas que se podía encontrar.
Meditabundo lord Kota
pensaba en el destino que les deparaba a sus hombres al salir el sol,
cuantos darían sus vidas honorablemente en batalla y cuantas familias
caerían en pena por ello, cuantos niños perderían a sus padres, cuantas
mujeres a su ser amado, ya nadie podía ser rescatado por un ser alado, solo le queda dar la vida al soldado.
El
dormitorio principal del castillo se encontraba en el centro de la
enorme estructura, rodeado de jardines a los costados y en cada terraza
para dar la impresión de que al mirar hacia afuera por la ventana se
estuviera sumergido en medio de un bosque de colores y aromas, ninguna
pared vacía, no se asomaba ninguna viga perdida entre las hojas o por
encima. Ubicada en el 5to piso del palacio, la habitación del señor
feudal revestía lo más imponentes ornamentos, desde estatuas al dios
dragón, hasta deidades danzarinas por sobre la barandilla y las
escotillas del techo, dedicadas a transmitir los primeros rayos del sol y
la luna, a toda hora el lugar se iluminaba, sin parar destellaba el oro
y la plata brillaban.
En la cama se encontraban las dos esposas de lord Kota,
dormían entre sueños inquietos y entrecortados, ellas sentían en sus
sueños la angustia de la nación a los pies del castillo, ellas
presentían en su corazón la matanza venidera y temían por su propio
futuro.
-Oh
leve augurio de un futuro incierto, caricia de un pasado intenso, dime
hoy que será de mi amado, ¿llegara el muerto? ¿O saldrá el ileso? - La
más joven de sus esposas entonaba en sueños sus deseos, su curiosidad,
como si le hablara a un espejo, pues en ella todavía vivía un poco de
aquella magia del sur, donde las mujeres a cantos a los elementos
aclaman y ellos responden, con poder y furia responden.
Aunque a veces hablan en susurros ante aquellos de oídos agudos, para responder sus plegarias de augurios. El sur es una tierra salvaje, donde los espíritus caminan en la tierra y de ella viven, lugar de bestias, hogar de los animales más fantásticos que se puedan imaginar, todos ellos arropados por montañas de bosques y hielo, último refugio de lo sobrenatural en una tierra de carácter fundamental. En sus habitantes humanos se pega esa energía elemental y fundamental, y si aprenden a vivir con ella algunos hasta pueden controlarla y como magia usarla. La más joven de sus dos esposas, Lady Samari, hija del medio de un cacique del extremo austral del planeta, su pueblo era el último refugio del hombre al sur del que se tiene registro, entre ellos conviven los espíritus y su magia se entremezcla con los humanos de aquella tribu. Lady Samari no era más que una pequeña de 14 años cuando su padre la propuso en matrimonio, la unión de una de sus hijas con el señor feudal le concedía a su tribu y a sus tierras no solo el inmenso honor de pertenecer a la familia real, sino que también les proveía prosperidad bajo la seguridad de la protección del nuevo ejército aliado y ayuda comercial gracias a los nuevos tratados comerciales que esa unión abriría. Samari no del todo consciente de lo que sus acciones desencadenarían en el futuro acepto la propuesta de su padre y se dejó llevar hasta la capital sin sospechar todavía lo que significaría vivir una vida casada con alguien que no sentía amor por ella. Aunque el Lord no era una mala persona y siempre la entendió como era debido, la respeto y la proveyó de los lujos más extravagantes que ella jamás se pudo haber imaginado, a pesar de todo ello, Samari vivía una vida vacía, lo único que la mantenía con vida era la felicidad de su pueblo natal, saber que gracias a ella todos sus amigos y familiares pueden prosperar y tener una mejor vida le concede la fuerza día a día para saber llevar su carga. Ahora se encontraba en sus veinte años o más, la primavera de su vida, pero Lady Samari se comportaba y veía como una flor azotada por una ventisca helada repentina en pleno verano.
Aunque a veces hablan en susurros ante aquellos de oídos agudos, para responder sus plegarias de augurios. El sur es una tierra salvaje, donde los espíritus caminan en la tierra y de ella viven, lugar de bestias, hogar de los animales más fantásticos que se puedan imaginar, todos ellos arropados por montañas de bosques y hielo, último refugio de lo sobrenatural en una tierra de carácter fundamental. En sus habitantes humanos se pega esa energía elemental y fundamental, y si aprenden a vivir con ella algunos hasta pueden controlarla y como magia usarla. La más joven de sus dos esposas, Lady Samari, hija del medio de un cacique del extremo austral del planeta, su pueblo era el último refugio del hombre al sur del que se tiene registro, entre ellos conviven los espíritus y su magia se entremezcla con los humanos de aquella tribu. Lady Samari no era más que una pequeña de 14 años cuando su padre la propuso en matrimonio, la unión de una de sus hijas con el señor feudal le concedía a su tribu y a sus tierras no solo el inmenso honor de pertenecer a la familia real, sino que también les proveía prosperidad bajo la seguridad de la protección del nuevo ejército aliado y ayuda comercial gracias a los nuevos tratados comerciales que esa unión abriría. Samari no del todo consciente de lo que sus acciones desencadenarían en el futuro acepto la propuesta de su padre y se dejó llevar hasta la capital sin sospechar todavía lo que significaría vivir una vida casada con alguien que no sentía amor por ella. Aunque el Lord no era una mala persona y siempre la entendió como era debido, la respeto y la proveyó de los lujos más extravagantes que ella jamás se pudo haber imaginado, a pesar de todo ello, Samari vivía una vida vacía, lo único que la mantenía con vida era la felicidad de su pueblo natal, saber que gracias a ella todos sus amigos y familiares pueden prosperar y tener una mejor vida le concede la fuerza día a día para saber llevar su carga. Ahora se encontraba en sus veinte años o más, la primavera de su vida, pero Lady Samari se comportaba y veía como una flor azotada por una ventisca helada repentina en pleno verano.
La
segunda esposa se mostraba tan estoica en sueños como despierta, a ella
la guerra le era ajena, territorio del hombre que busca satisfacer sus
brutas necesidades de violencia sin razón e imponer su muy sobrevalorada
virilidad. Ella aborrecía a los débiles de corazón, una mujer fuerte en
carácter e independiente de espíritu. Obligada fue ella a casarse con
tal de salvar sus tierras y a su gente con las riquezas que el trono y
su posición podían llegar al brindarle. No ostentaba el título de Lady
porque no le agradaba aquella burla palabra destinada a rebajarla, los
súbditos y esclavos se referían a ella en todo momento como “señora” o
“su alteza”, cualquier persona con un rango social menor o igual debía
obedecer sus órdenes al pie de la letra y sin demoras o de lo contrario
se encontraría cara a cara enfrentando a la mujer más dura que pudo
haber parido la montaña, alta era la señora Ralasti
lo suficientemente alta como para sobrepasar a cualquier señorito
pusilánime de la familia real o del consejo de ancianos, de fibras
musculares se vestía su cuerpo, ella llevaba prendas ligeras y de cuero
siempre preparada para entrena o repartir castigo a quien la
desobedeciera o a quien se atreva a confrontarla. Sin duda toda una
reina de la ciudad escondida de los barbaros, en la llanura, en los
bosques o incrustados en la montaña, no se supo el paradero exacto de
ellos hasta que una gran guerra por su supervivencia estallo entre ambas
ciudades, la ciudad capital hogar del castillo del señor feudal y la
ciudad escondida de los barbaros, quienes asaltaban campos y caravanas
de la ciudad capital para poder suministrarse de los alimentos
necesarios para vivir. Esto fue así hasta que el ejército de Lord Kota
los venció en un arduo sitio que duro días, obligándolos a morir de
hambre antes que, en batalla, lo cual demostró ser incluso una, pero
tortura para los barbaros quienes se regocijaban en el calor de la
batalla. En un último esfuerzo de conservar su honor y el de su gente,
el rey de todos los barbaros se rindió ante el señor feudal, quien lo
decapito y a su esposa tomo como propia para asegurar la sumisión y el
cese de la hostilidad de los barbaros.
En
sus sueños se alzaba un gran fuego, y luego un danzar de un millar de
esqueletos de símil mirar, ella posada en la montaña de su tierra natal,
miraba el mar de fuego mermar, y hacia el final cruzaba sin mirar, y al
señor feudal su corona quitaba con una sonrisa, sus tierras clamaban
suyas, su gente se inclinaba como grullas, ella gobernaba sin ninguna
duda.
Entre sueños perversos y diversos se paseaba hoy el viento del castillo, y entre ellos se encontraba el joven príncipe, Arok, de tes morena y semblante alegre era joven todavía tanto en espíritu como de mente y cuerpo, hijo de Ralasti
presentaba una fuerza y una altura mucho mayores a lo esperado para
alguien de su edad, el príncipe había alcanzado su mayoría de edad hace
no mucho tiempo, el quien soñaba con su primera batalla, con traer la
gloria a su apellido, a su nombre y a su casa, pero por, sobre todo,
probar que, aunque joven el ya sobrepasaba a su padre tanto en intelecto
como en la fuerza de sus brazos. Arok
sabía que mañana seria su día, su día para brillar y a la historia
pasar como el héroe que él siempre pensó ser. Naturalmente el príncipe
solía divagar más entre sus pensamientos e historias imaginarias de lo
que sus profesores, de artes políticas y esgrima, les gustaría. Se
paseaba siempre por el castillo con la mirada perdida, muy perdido entre
sus propios pensamientos como para prestar atención al verdadero mundo
que lo rodeaba, e ignorando aún más el menudo que yacía fuera de los
límites del castillo.
Así
en sus sueños él se veía triunfal, de armadura celestial y de espada
mortal, sin rasguño alguno, o sudor en su temple ceñudo, Arok el batallador, Arok
el conquistador, y de estas tierras señor. La justicia era la suya, los
mandatos y reglas eran los suyos, despiadado y amado él era el
gobernante soñado y por todos alabado.
Por
debajo a pocos pasos, en los últimos pisos se encontraba las
habitaciones de la servidumbre y sus hijos, en cuartos oscuros se
encontraban en sueños hundidos casi todo el mundo, in sin fin en
variedad, los sueños esbozaban y sin música danzaban. Terribles algunos
eran, sin medir siquiera la pena, la sangre corría y en miles de bocas
se perdía. Otros ladraban miedo, los perseguían por detrás como presas
ciegas en un mundo ajeno. Diversos los sueños, ajenos a sus dueños sin
piedad de ellos se reían, y risueños sonreían.
Una
extraña nube de incertidumbre se irguió lúgubre en el palacio del sur.
Con pesadumbre los pasillos bañaron de un aire frio y en miedo fundido.
El
alba se alzaba, a las nubes dispersaba y a la tierra de sus bellos
rayos bañaba. Hermoso amanecer, que al día ve nacer, y a los hombres en
sus corazones da a crecer, valor y coraje, para enfrentar el arremate,
de armas despiadadas y salvajes.
Hoy los pájaros no cantan, hoy los gallos no llaman, la tierra se ve sumisa entre la premisa del fin de la vida.
Los
soldados y su señor feudal hoy marchan, al son de su corazón marchan,
al encuentro de su destino dudoso, con pasos seguros a la tierra
arremeten y el suelo estremecen.
Su
camino los lleva a descender de sus montañas llenas de bosques, entre
arboles milenarios y aves de cantos cual canarios, ríos que a la roca
cortan como una flecha a la carne roja o como las dulces palabras de una
amada corta la atención de su amado y lo distrae de todo das las demás
cosas, atraviesan desiertos de hielo y nieve, sufren al pasar, sufren a
cada pisar pues sus pies húmedos no resisten el frio intenso del
terreno, sus pies húmedos lloran sangre por el roce de las botas,
quienes lijan la piel como si fueran animales salvajes afilando sus
garras contra algún pobre e indefenso árbol, parado e inmóvil no le
queda más que verse profanado.
Al
pie de las montañas, donde el bosque se hace claro, una tierra
semidesértica se extiende por toda la región, en llanos territorios
inexplorados, ya que poco interés aporta un lugar semejante, para el
cultivo y el ganado no sirve de amante, infértil tierra de nadie.
En
esta tierra desolada, bajo el sol posada, donde sus corazones en
estampida de abalanzan, sin control ellos palpitan, lo que tienen a la
vista es la vida misma. Ellos saben que llegaron a su destino, y para
muchos, final. Este es el lugar donde lograran su cometido.
El
lugar es perfecto, llano y sin accidentes geográficos, lo único que se
interpone entre ambos ejércitos es la baja vegetación del lugar. Esta es
la frontera de las tierras del sur, donde el frio seco se convierte en
húmedos vientos y no al revés, y aunque el cielo llore la tierra no
responde, la vida no florece, la maldición que afronta la región por
expulsar a los espíritus protectores y mandarlos al sur junto
con el montón. Esta tierra de muerte ansia la inminente sangría de
almas perdidas en el fragor de la batalla y el furor de la vida.
Del
otro lado del terreno sobrenatural se encuentra el ejercito real, desde
el norte bajaron, escondidos donde el gran rio rojo toca el mar ellos
marcharon, oscuros y sin corazón a la conquista marcharon. Ellos no
conocen el amor, desde niños son arrancados del seno de sus madres y
entrenados en el arte de la batalla, templados y en fuego moldeados. Los
niños se vuelven salvajes, los salvajes son domados a hombres y los
hombres entrenados a soldados, cumplen en sus vidas un terrible ciclo
que culmina en un ser si aprecio por otras vidas, esposas o miradas
afligidas. Ante sus pies naciones caen, con sus armas aldeas queman, y
con su voz de rodillas al mundo deja, señor feudal del norte Dairomyo. Sus tierras se extienden desde el inicio de la selva húmeda al norte del rio Pirukomayo
(hoy mal traducido a Rio Pilcomayo) hacia el sur, pasando por sobre las
grandes montañas áridas y las tierras de cultivo central (hoy conocido
como la pampa), tan extensas como su propio ego eran las tierras de Dairomyo,
pero incluso su ego palidecía al lado de su brutal carácter y la
insaciable sed de sangre, tan grande que de rojo teñía sus ojos y de
morado sus dientes. Sin lugar a dudas la personificación del shinigami
era este señor feudal, quien con su legión de muerte se encargó
personalmente de extender su provincia más allá de los limites jamás
imaginados por su abuelo o padre, figuras que hoy en día perdieron
importancia ante los relatos, cuentos y leyendas contadas sobre su
descendiente. Conquistaron los pueblos originarios del oeste, donde los
hombres y mujeres eran uno con las aves, cantaban y bailaban con ellas
incluso compartían conversaciones y las escuchaban cuando ellas en
opiniones estallaban, una pequeña nación consolidada y fuerte que callo
rápidamente ante las hordas de la muerte del norte. Ningún águila negra o
cóndor fue lo suficientemente fuerte como para resistir la arremetida
de mil flechas manchadas en veneno de cascabel. El mismo destino
compartieron los monjes ubicados en los Korudirera
(hoy conocida como la cordillera de los andes), personas pacificas que
buscaban convivir en armonía con los espíritus, entenderlos y participar
de sus conocimientos sobre todas las cosas vivas y estáticas, estos
monjes no buscaban más que comprender el mundo que los rodea y a las
criaturas que allí habitan, pero el codearse todo el día con antiguos
espíritus fue lo que sello su destino, los norteños no soportan a los
espíritus, ellos piensan que los espíritus se mofan a sus espaldas, se
ríen de los supuestos reyes diciendo que a fin de cuentas no son más que
mortales condenados a morir mientras que ellos son imperecederos y
regentes de toda tierra así como de toda el agua y vida que allí habita.
Nadie que no sea el rey del norte gobierna sobre sus tierras, nadie ni
siquiera un espíritu, y esa es la razón por la cual hoy en día ya no se
encuentra magia por sobre la tierra, fue expulsada junto con los
espíritus protectores de la naturaleza, dejando al planeta al cuidado de
manos mortales, manos egoístas y egocéntricas. La tierra hoy perece al
igual que aquellos monjes de antaño, olvidados en sus montañas yacen sus
cuerpos empolvados, sus lágrimas cayeron sin mucho trabajo al igual que
sus templos hace tiempo ya quemados.
La
muerte del norte viaja hoy al sur, hoy atacan al último bastión natural
en existencia, hombres y mujeres se paran hoy frente al enemigo, se
posan mirándose entre ellos, entre vientos fríos y corazones tibios.
Era
la víspera antes de la batalla, en un palacio de verde temple dormía un
sirviente, en su pesadilla podía ver la guerra sin cuartel, el acero
contra la carne arremeter, los gritos de furia chocar contra ojos que
piden ayuda, ve la muerte cabalgar por la tierra, buscando a tientas
almas en penas. En su sueño veía a su padre, un noble soldado de alto
rango del ejército del sur, con vestiduras manchadas en sangre, herido y
perdido. A él le pregunta.
-
¿Padre donde estas?- y para su sorpresa su voz se escucha más lejana de
lo que hubiese podido imaginar, como si le estuviera hablando a un
recuerdo y sus palabras envejecieran al avanzar.
-No,
no soy nuestro padre niño- Dijo el hombre mal herido, quien hablaba
pesado y cansado- Hoy me ves, pero no sabes quién soy, quien somos. La
gracia de nuestra sangre nos confirió este aspecto, en el futuro
encarnaremos el mismo deber que nuestro padre y junto tendremos la misma
vida que él tuvo junto con los mismos deberes y nos llevaran poco a
poco a vernos igual-.
- ¿Quieres decir que soy yo? -
-Así es, hoy ves al futuro, donde las guerras y las matanzas abren la tierra y dejan salir al infierno.
El
niño sin poder comprender el alcance completo de aquellas palabras se
esfuerza por una pregunta sincera, confinada en aquella confianza
silenciosa y privada al hablar con su sueño de sí mismo.
-¿No tienes miedo?-
El
guerrero del futuro de arrodilla frente al niño de figura fantasmal y
con voz dócil le confiesa lo que su corazón y experiencia expresan. -
Por supuesto que tengo miedo, tanto depende de nosotros, y tan poco
alcance tienen nuestras manos. Pero debes saber reconocer el miedo...-
Sin dejarlo terminar el niño exaltado aclama. -
¿Cómo? ¿Cómo puedo yo reconocer el miedo? -.
¿Cómo? ¿Cómo puedo yo reconocer el miedo? -.
-Al
miedo lo reconoces porque el habla muy rápido y muy fuerte, pero
también descubrirás que tu corazón habla inclusa más rápido, incluso más
fuerte que el miedo. Hazle frente, párate firme ente él y grítale de
corazón, grítale que ¡no!, hoy no vas a tener miedo, hoy no vas a dejar
que te venzan y la victoria por tu alma alcanzaras-.
- ¿Por mi alma?-.
-El
alma del guerrero conoce muy bien el miedo, pero supo cómo dominarlo y
enfrentarlo. En vez de apartarlo, el guerrero abraza al miedo, como
quien abraza un viejo amigo con el que compartió toda su vida, lo abraza
y en el confía, porque el miedo también es un arma, el a tus sentidos
guía y a tu cuerpo fortalece cada día. Ahora vete ya, termina este sueño
de pesadillas y vuelve tu vida mientas todavía tengas una, aprovecha tu
tiempo para amar y besar, no te arrepientas jamás de un amor pasional,
recuerda hoy que vas a morir y que cada día que pases vivo es un
cumplido de este cielo bendito. Vive feliz sin lamentar, porque tiempo
para afrontar tus miedos tendrás a montones, ya habrá tiempo para
afrontar el mal.
Su
visión se cierra, poco a poco las tinieblas consumen su vista y como
tinta derramada sobre agua cubren la escena de un negro impenetrable, lo
último que el niño logro divisar del reflejo de su futuro fue, verse a
sí mismo levantar la mirada decidida, empuñar su katana
y en un último grito de coraje contra los enemigos cargar, en un último
grito, destinado para aplacar a su propio miedo, gritar más fuerte que
él y así dominarlo, domarlo, y junto a él luchar.



Comentarios
Publicar un comentario